Hacia una judicatura comunitaria: David Mejía

La justicia -su búsqueda, procuración e impartición- es parte fundamental de nuestra vida cotidiana.

La queremos cercana, clara y humana.

 Hoy, con la posibilidad de elegir directamente a quienes ocuparán cargos en el Poder Judicial, tenemos también la oportunidad de imaginar y construir nuevas formas de ejercerla.

Para ello, me gustaría proponer una práctica que desde años se viene desarrollando en nuestramérica: la abogacía comunitaria. La abogacía comunitaria, abogacía popular o abogacía solidaria nace del trabajo con las personas y las comunidades, grupos de búsqueda, comunidades agrarias y poblaciones vulnerables y discriminadas: escucha, acompaña y busca soluciones desde el diálogo y la organización local.

No se trata solo de defender casos, sino de contribuir a la transformación social, de compartir herramientas y derechos de forma sencilla y ayudar a que cada comunidad pueda participar activamente en su propia búsqueda de justicia.

Esta forma de ejercer el derecho parte de un principio profundo: todos y todas podemos comprender la ley y usarla para mejorar nuestra vida.

 Desde ahí, el papel de quienes conocen el derecho cambia. Ya no es solo el de representar, sino también el de acompañar, traducir, enseñar; en una frase: construir en colectivo.

Imaginar una justicia inspirada en estos principios no significa abandonar el orden legal ni modificar las reglas, sino fortalecerlas desde su sentido más humano. Implica que quienes imparten justicia puedan acercarse más a la realidad de las personas: conocer el territorio, los contextos, las formas de vida que existen en nuestro estado.

 Que las sentencias no solo resuelvan, sino que también escuchen.

Que el derecho no solo diga, sino que dialogue.

Hoy, con esta nueva etapa en la historia judicial del país, tenemos la oportunidad de impulsar esa visión. Si pensamos en un Poder Judicial con raíces en lo colectivo, con sensibilidad territorial y con compromiso con las personas, podemos avanzar hacia una justicia más participativa, más cercana y más confiable.

Desde cualquier rincón de San Luis Potosí —en un ejido de Rioverde, en una colonia de Soledad, en las comunidades de Tamasopo o en los barrios de Matehuala— es posible construir justicia de otra manera.

Con empatía, con sencillez, con diálogo. Y, sobre todo, con la certeza de que cuando el derecho se pone al servicio de la comunidad, florece una justicia que reconoce, escucha y acompaña.

La elección que viene es una invitación: a imaginar lo posible y a elegir con esperanza. Porque a veces, para cambiar el rumbo, solo hace falta empezar a mirar desde otro lugar.

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